Hasta que no sangre no me muevo

No hace mucho hablaba con el gerente de una empresa mediana y me contaba los problemas que tenía con su equipo de ventas, como habitualmente, la culpa siempre era de ellos, claro.

Si la empresa no está en problemas serios –que entonces todo es ventas, ventas y ventas (con alguna incursión en cobros)-, generalmente nos movemos en la motivación, compromiso, participación y coordinación de las personas, gestión del tiempo y algún problema operativo que no suele ser complicado de solucionar, pero para el que la empresa, o su responsable, está bloqueado.

Tratar gestión de tiempo y problemas operativos suele ser sencillo y se consiguen resultados muy aceptables en periodos de tiempo muy cortos, los relativos a terceras personas requieren algo más de maña y paciencia, pero merece la pena abordarlos.

A lo que iba, en este caso, la problemática era que su equipo de ventas estaba dormido, sus reacciones eran lentas y con parsimonia y ahora se necesitaba más energía y actividad, pero no había manera de conseguirlo. Le relaté una historia que leí en “Donde tus sueños te lleven” de Javier Iriondo, que decía

“Nada más entrar por la puerta de la empresa se topó con un perro que estaba tumbado en el suelo. No paraba de hacer extraños gemidos. Parecía que estaba enfermo, como si estuviese protestando por algo, y se revolvía y aullaba. Pero no se movía del sitio.

Al encontrarse con el cliente, mi amigo le preguntó qué le pasaba al perro. 

Éste le respondió que nada, que simplemente se había tumbado encima de un clavo. “Entonces, ¿por qué no se mueve?”, se extrañó mi amigo. 

“Porque parece que todavía no le duele bastante”, fue la respuesta.”

Inmediatamente mi interlocutor me dijo “¿me estás diciendo que mi equipo comercial necesita que le pinchen, que le incomoden lo suficiente para que se mueva?”

“Si no quieres que siga dando vueltas, emitiendo pequeños gemidos y rezongando entre protestas y desperezos pausados, sí”, le respondí, “ahora bien, si prefieres que siga así, sigue haciendo lo que estás haciendo ahora, que va genial” añadí con una sonrisa y un cierto respeto a su reacción ante la provocación que le acababa de lanzar.

Por suerte, su propio clavo le molestaba lo suficiente y era inteligente, así que comenzó a preguntar cómo podíamos hacerlo.

La mayoría de las veces somos nosotros mismos los responsables de lo que nos sucede, sencillamente porque el clavo no nos molesta lo suficiente y no nos movemos hasta que sangramos (bueno, algunos ni así). Si quieres que eso no sea así, permíteme una IDEA:

  1. Identifica claramente que te molesta, pero no te duele suficiente
  2. Describe cómo te gustaría estar en una situación ideal
  3. Establece un plan de acción para alcanzarlo
  4. ACTÚA (como dice el Mago More: MECC –Mueve el Culo, Coño-)

Y como siempre, si no eres capaz de hacerlo solo, deja que un externo te ayude, será la mejor inversión que nunca hayas hecho.

Embajador EDVE Santiago Torre

Santiago Torre

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