Rebranding: El riesgo merece la pena

Para aquellos lectores que ya comienzan a peinar canas, esta frase de un anuncio de televisión seguro que les resultará conocida: “Míster Proper ahora se llama Don Limpio”. El cambio de nombre en este producto de limpieza fue muy sonado en su momento e, incluso, hubo cierta polémica porque el personaje que da nombre al producto en cuestión había calado entre su público potencial.

De hecho, casi 20 años después de la defenestración del querido personaje, Míster Proper sigue estando asociado a esta marca y para algunos resilientes da nombre a cualquier producto de limpieza, al estilo de lo que ocurre con los Danone y los yogures.

En un pasado más reciente, las tres principales compañías de telefonía móvil en España han pasado por un proceso de rebranding en los últimos años (recordemos que Orange fue Amena, Vodafone proviene de Airtel y Movistar de Telefónica).

El proceso por el que se cambia el nombre de un determinado producto o servicio se denomina rebranding. Independientemente de la razón por la que la multinacional dueña del producto decidió realizar el cambio (parece ser que, en el caso de Don Limpio, el cambio se debió a una estrategia global de unificación del naming en todos los países donde vendía este producto con diferentes nombres), los motivos por los que una empresa realiza un rebranding de un determinado producto o línea de negocio es muy variada: desde un cambio en el accionariado, hasta el intento de repuntar las ventas, pasando por eliminar errores en el nombre inicial (como el tan nombrado Mitsubishi Pajero).

En definitiva, el rebranding es un proceso que puede dar grandes beneficios pero que tiene enormes riesgos si no se hace bien. Pero merece la pena.