‘El hombre en la campa’, por Santiago Torre

Tengo un amigo prejubilado que tiene varias aficiones para cubrir tanto tiempo libre, siendo aún muy joven. Una de ellas es salir al monte. Como su afición es reciente, tiene respeto por la montaña y suele repetir las mismas rutas para evitar perderse -como ya le ha sucedido varias veces-.

Me contaba el otro día que en una de las rutas solía ver a lo lejos, en una campa, lo que parecía un hombre sentado sobre un taburete y con algo a sus pies que no podía distinguir. Lo hacía cada vez que repetía la ruta. Siempre en el mismo sitio y siempre allí.

Un día -que no fue el primero ni el segundo de los que pretendía hacerlo, además de no tener orientación también es un poco despistado- se acordó de llevar unos prismáticos para poder observarlo más de cerca sin ser visto. Lo del suelo era un cubo y no estaba sentado en un taburete, sino en un tocón de árbol cortado.

Aquello le tenía francamente preocupado. La curiosidad le dominaba. Tenía que ir allí a ver qué es lo que hacía. Tras estudiar en internet -ya he dicho que tenía mucho tiempo libre y en algo tenía que cubrirlo- donde podía estar el lugar y cómo llegar a él, y lo más importante, cómo volver a casa sin perderse muchas veces, un día se levantó valiente, se lío la manta a la cabeza y se lanzó a la aventura de averiguar que hacía allí ese hombre cada mañana.

Comprobó su mochila: móvil totalmente cargado, GPS de mano por si acaso, cantimplora de dos litros y comida como para pasar una guerra, además de ropa de abrigo y ropa interior de repuesto, que uno nunca sabe qué puede pasar cuando sale de aventura y se fue para allá.

Tras no mucho tiempo (es que en el monte las distancias engañan) llegó al descampado donde estaba aquel hombre, sentado en el tocón y con el cubo a sus pies. Le saludó y él le devolvió el saludo. Mi amigo lo miró como las vacas al tren y, al final se atrevió a preguntar -aunque eso sí, sin confesar su “voyeurismo” desde la lejanía- qué hacía allí así. El hombre respondió:

“¿Ve aquellas vacas pastando junto a aquellas rocas?”

– “Sí, claro, suelen estar ahí todos los días. La hierba aquella debe de saber mejor”, respondió mi amigo

“Pues estoy esperando que vengan para que las ordeñe”

Esto que has leído es una recreación libre de una historia que cuenta Zig Ziglar en alguno de sus libros y conferencias.

Puede parecerte absurdo e irreal, pero es el día a día de muchas personas: se sientan a esperar a que las oportunidades vengan para que las ordeñen.

Si estás leyendo este artículo seguramente seas vendedor: levántate del tocón en el que estás sentado y va a por las oportunidades, buscas esos prospectos en los que está la siguiente venta. No van a venir a ti si no te mueves. No esperes a que tu empresa te los envíe. Y si lo hace, bienvenidos sean, pero eres tú quien tiene que moverse para conseguir lo que deseas.

Con respeto, y parafraseando al gran Mago More: MECC (Mueve el Culo, Coño), busca nuevos prospectos y será cuando podrás ordeñar vacas.

SANTIAGO TORRE

santiagotorre.com